Época: Renacimiento Español
Inicio: Año 1500
Fin: Año 1550

Antecedente:
Las escuelas regionales: zona central

(C) Virginia Soto Caba



Comentario

En Galicia, donde la arquitectura renacentista adquiere escaso desarrollo, la más genuina expresión del Plateresco la constituye la portada del Hospital Real de Santiago de Compostela, primero de los que se erigieron con trazas de Enrique de Egas (1501-1511) y ejemplo de la política asistencial de los Reyes Católicos. Su realización es obra del francés Guillén Colás y Martín de Blas, artista relacionado con Coimbra, y data de 1523. En esencia es una tradicional estructura retablística simple, con arco de ingreso abocinado y decoradas pilastras, que integra numerosas hornacinas e imágenes y remata en una auténtica crestería de flameros y figuras -su sentido orgánico es casi manuelino-, adornándose en su conjunto con apretadas labores, motivos y temas de inspiración italiana. Más audaz en su dinamismo y de suave modelado en la labra que viste sus columnas abalaustradas es la portada principal de Santa María la Grande, en Pontevedra, erigida en 1541 por Cornelis de Holanda, y soporte también de imágenes religiosas, bajo chambrana, que adolece de una descompensada y desarticulada integración de algunos de los elementos estructurales, en la calle central y en el ático. Mientras nacen las obras compostelanas de don Alonso de Fonseca 111, las de artistas foráneos (Alava, Rodrigo Gil, Silóe) ponen la nota más sobria de lo castellano (ala del Tesoro, catedral; colegio de Santiago).
En lo leonés es otra fundación real, el convento de San Marcos, la que cubre su gótica fábrica de nueva planta con disfraz plateresco, primero en la fachada, erigida por Martín de Villarreal desde los años treinta, y luego en la sacristía (1549) y el claustro, obra de Juan de Badajoz el Mozo. La fachada, en la que intervinieron escultores franceses (Jamete, Juni), se resuelve en dos pisos y numerosas calles, de rítmica y adornada compartimentación, con frisos, pilastras y columnas abalaustradas enmarcando sus contados vanos, y está concebida para alojar numerosas imágenes. A juzgar por pilastras, enmarcamientos, balaustres, peinetas, doseletes avenerados y falso zócalo -con bustos de héroes y personajes cristianos-, se diría que la manera de Juan de Alava se alía con lo lombardo. Juan de Badajoz, que sucede a su padre en la obra de la catedral (librería, claustro), mantiene siempre un inequívoco discurso gótico que adorna a capricho con desnaturalizadas formas renacentistas, parasitarias de sus elaboradas bóvedas de crucería sobre repisas: claves pinjantes, entablamentos que mutan en doblados alfices, artificiosas ménsulas, festones, figuras agrutescadas y motivos de análoga factura, en los que se ha visto una influencia francesa, y que componen algo así como una fraudulenta versión gótica del estilo ornamentado. Así lo plasma con sorprendente efecto en las citadas dependencias conventuales, y no de otra forma en los claustros de San Pedro de Eslonza y de San Zoilo de Carrión (desde 1537), con dilatados programas iconográficos en las claves, que en este último, en el que intervino Miguel de Espinosa, se prolonga por la plementería.

En Palencia es otro arquitecto de formación gótica, Gaspar de Solórzano, relacionado con Juan Gil de Hontañón, quien sigue la estela paterna en las obras catedralicias, terminando el claustro y realizando la portada que da acceso a éste desde el templo (h. 1535), con una curiosa definición esviajada, entre columnas abalaustradas, y de minuciosa labra. Irradiación de lo castellano son las portadas riojanas de Santo Tomás de Haro y de La Piedad de Casalarreina, en relación con la noble familia de los Velasco y la presencia de Juan de Rasines, así como la de los Reyes en la catedral de Calahorra. Todas ellas se relacionan con la labor del acomodaticio Bigarny, precoz introductor de formas renacientes en Burgos y Palencia (también aquí Pedro de Guadalupe o Pascual de Jaén). La primera de ellas, comenzada por Matías Francés, tiene una conformación unitaria, con doble ingreso y definición apilastrada de calles y entrecalles como soporte figurativo, con mejor logro y parecida labra a los trabajos de Francisco de Colonia. La segunda es obra de estilo errático, con ingreso adintelado en arco ojival, enmarcado en una distorsionada estructura de apariencia más clásica, y remate retablístico de ligera conformación, ejecutada también con minuciosa aunque más dinámica labra y que contrapone a una convencional iconografía cristiana en el exterior -excepcionales son las figuras de Adán y Eva- otra más novedosa de carácter alegórico en la parte interna. Mientras que lo de Calahorra es fruto de la adición de un doble ingreso protorrenacentista (1559) a un arco gótico, lo singular es la incuestionable dimensión semántica de los grutescos, resuelta en antinomias (Ira, Eros; Hypnos, Thánatos), de difícil valoración.

Otras interesantes creaciones -sin olvidar en otro plano la postrera labor de Forment en Santo Domingo de la Calzada- hay en la iglesia de Briones (fachada y tribuna), y en Nájera (claustro de "gótico" Santa María la Real), en Los Arcos (portada parroquial) o Estella, entrando ya en el ámbito navarro.

Comedido y tardío resulta el uso de las formas ornamentales renacentistas en el País Vasco (San Andrés de Éibar, Santa María de Salvatierra), donde lo gótico persiste regenerado en una arquitectura religiosa columnaria, de tipo Hallenkirche, con bóvedas de crucería. Consideración destacada merece la Universidad de Oñate, fundación del obispo de Avila don Rodrigo Mercado de Zuazola, cuya planimetría y fachada responden al esquema tipológico al uso (Colegio de Santa Cruz, Universidad de Alcalá), salvo por el resalte torreado. La concentración ornamental se produce en la portada, inspirada en el siloesco monumento funerario del prelado (iglesia de San Miguel) y en los pilastrones, obra de Pierres Picart y sus oficiales, que surgen como elementos semiintegrados, cargados de relieves mitológicos y de imágenes cristianas. Y cerca del estilo decorado de los colaboradores de R. Gil de Hontañón en Alcalá y Medina de Rioseco hay que situar el palacio Escoriaza-Esquibel (Vitoria), con adornada portada que exalta las virtudes cívicas de sus moradores.